Romper con la inercia
Comenzar una tarea es la parte más ardua de la tarea, la que suele requiere mayor esfuerzo. Resulta que cuando pensamos algo como "bueno, tengo que limpiar mi habitación" o "debería salir a correr"; dentro de nosotros comienza un diálogo, una discusión. Quienes discuten dentro de ti son tus pensamientos, los que están a favor de comenzar la tarea y quienes se oponen. Cada grupo de ideas expone sus argumentos y entre todos intentan tomar una decisión.
– ¿Lo hacemos ahora o más tarde?
– Que tal más tarde, ahora no me apetece.
– Pero si no tienes ánimos ahora, ¿los vas a tener más tarde?
– Mmm, probablemente no. No imagino un momento en que tenga ganas de hacer eso.
– Bueno, entonces mejor hagámoslo ahora.
– Mmm, dame 5 minutos... sólo 5 minutos. Bueno, mejor 15.
Comenzar a hacer algo es difícil por varias razones. Primero, necesitas convencerte de que aquello es verdaderamente necesario; que es importante y necesitas hacerlo. Que no puedes elegir no hacerlo y que tampoco puedes seguirlo postergando. Ya lo has postergado mucho.
Una vez te has convencido, lo siguiente es romper la inercia inicial. Pasar de un estado de comodidad a uno de acción. Lo cuál suele provocar que aparezcan pequeñas quejas en tu diálogo mental. Después comienzas a prepararte, a asumir la posición y comenzar con la labor. Revisas nuevamente tu estado de ánimo. Dejas escapar un pequeño quejido audible por tu nariz. Las pequeñas quejas en tu cabeza siguen ahí, unas se apagan pero otras se encienden e intensifican.
Conforme comienzas a enfocarte en la tarea que tienes en manos las quejas dejan de escucharse. No es que no estén, es que ya no les prestas atención. Conforme te enfocas más y más en lo que estás haciendo el resto del mundo desaparece, incluidos los pensamientos ajenos a la tarea. Llegados a éste punto el trayecto es mucho más sencillo, una cosa te lleva a la otra. De repente te das cuenta que no era para tanto, que lo que estás haciendo es sumamente fácil. Incluso comienzas a disfrutarlo. "Cómo diablos no empecé esto antes?" piensas mientras sigues inmerso en lo que haces.
Cuando terminas y admiras el producto de tu trabajo te sientes enormemente satisfecho. "Debería hacer esto más seguido, se siente bien".
Si te sucede como a mi, lo cuál no puedo asegurarlo ya que sólo yo puedo observar mi propia mente, puedes sentirte identificado con lo dicho anteriormente.
Podríamos decir que, de manera análoga, comenzar una tarea se asemeja a volar un avión. Antes de despegar hay que realizar toda una serie de preparativos; revisar el equipaje y a los pasajeros, revisar el estado del avión, revisar los instrumentos, la carga de combustible, el personal de abordo y muchas cosas más. Pero una vez que el avión está en el aire éste casi puede conducirse sólo. Una vez disipados sus nervios y su tensión iniciales el piloto puede reclinarse en su asiento y disfrutar del paisaje afuera.
Imagínate que sería si cada uno de los pasajeros pudiera ir a hablar con el piloto antes de cada vuelo. ¿Que sería de los vuelos si expusiéramos a los pilotos al nerviosismo y las quejas de los pasajeros antes de cada viaje? Seguramente lo distraeríamos de realizar sus labores y esto podría poner en riesgo todo el vuelo. Podríamos contagiarle nuestro nerviosismo. Incluso podríamos provocar la suspensión del vuelo.
Afortunadamente para nosotros, la mayoría de las tareas que realizamos no necesitan tantos preparativos; aunque en ocasiones así nos parezca.
Para facilitar el comenzar una tarea, que sabemos que no nos conviene postergar, es mejor no escuchar a nuestros pensamientos. Tanto a los pensamientos positivos como a los negativos. No es sencillo filtrar los pensamientos para dar entrada sólo a los positivos, es mejor ignorarlos todos.
Por eso, al momento de comenzar una tarea que te es especialmente difícil, trata no escuchar a tus pensamientos. Elimina todas las distracciones mentales y enfócate en llevar la labor a cabo. Hazlo mecánica y metódicamente, observando cada paso con detenimiento. Mueve tu punto de atención de tu cabeza al resto de tu cuerpo, observa tus sensaciones corporales. Si lo haces de esta manera te será más fácil comenzar cualquier cosa. Y no sólo eso, sino que además lo harás mucho mejor al no hacer caso a las distracciones.
No dejes que los pasajeros tomen las decisiones por tí. Tú eres el piloto.
– ¿Lo hacemos ahora o más tarde?
– Que tal más tarde, ahora no me apetece.
– Pero si no tienes ánimos ahora, ¿los vas a tener más tarde?
– Mmm, probablemente no. No imagino un momento en que tenga ganas de hacer eso.
– Bueno, entonces mejor hagámoslo ahora.
– Mmm, dame 5 minutos... sólo 5 minutos. Bueno, mejor 15.
Comenzar a hacer algo es difícil por varias razones. Primero, necesitas convencerte de que aquello es verdaderamente necesario; que es importante y necesitas hacerlo. Que no puedes elegir no hacerlo y que tampoco puedes seguirlo postergando. Ya lo has postergado mucho.
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Conforme comienzas a enfocarte en la tarea que tienes en manos las quejas dejan de escucharse. No es que no estén, es que ya no les prestas atención. Conforme te enfocas más y más en lo que estás haciendo el resto del mundo desaparece, incluidos los pensamientos ajenos a la tarea. Llegados a éste punto el trayecto es mucho más sencillo, una cosa te lleva a la otra. De repente te das cuenta que no era para tanto, que lo que estás haciendo es sumamente fácil. Incluso comienzas a disfrutarlo. "Cómo diablos no empecé esto antes?" piensas mientras sigues inmerso en lo que haces.
Cuando terminas y admiras el producto de tu trabajo te sientes enormemente satisfecho. "Debería hacer esto más seguido, se siente bien".
Si te sucede como a mi, lo cuál no puedo asegurarlo ya que sólo yo puedo observar mi propia mente, puedes sentirte identificado con lo dicho anteriormente.
Podríamos decir que, de manera análoga, comenzar una tarea se asemeja a volar un avión. Antes de despegar hay que realizar toda una serie de preparativos; revisar el equipaje y a los pasajeros, revisar el estado del avión, revisar los instrumentos, la carga de combustible, el personal de abordo y muchas cosas más. Pero una vez que el avión está en el aire éste casi puede conducirse sólo. Una vez disipados sus nervios y su tensión iniciales el piloto puede reclinarse en su asiento y disfrutar del paisaje afuera.
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Para facilitar el comenzar una tarea, que sabemos que no nos conviene postergar, es mejor no escuchar a nuestros pensamientos. Tanto a los pensamientos positivos como a los negativos. No es sencillo filtrar los pensamientos para dar entrada sólo a los positivos, es mejor ignorarlos todos.
Por eso, al momento de comenzar una tarea que te es especialmente difícil, trata no escuchar a tus pensamientos. Elimina todas las distracciones mentales y enfócate en llevar la labor a cabo. Hazlo mecánica y metódicamente, observando cada paso con detenimiento. Mueve tu punto de atención de tu cabeza al resto de tu cuerpo, observa tus sensaciones corporales. Si lo haces de esta manera te será más fácil comenzar cualquier cosa. Y no sólo eso, sino que además lo harás mucho mejor al no hacer caso a las distracciones.
No dejes que los pasajeros tomen las decisiones por tí. Tú eres el piloto.